Recuerdo que hace unos 18 años tuve la suerte de estar en un taller con el maestro Juan García, bambero mayor. Se habló mucho sobre la identidad y las luchas del pueblo afro, sobre la cultura y el reconocimiento de los pueblos. Yo había estado en varios proyectos musicales vinculados a la identidad, y siempre me cuestioné sobre qué debemos componer y proponer en los procesos creativos musicales.
De los pensamientos a los que se refirió el maestro García en aquel taller, me quedó sonando uno en la cabeza, sobre la responsabilidad histórica que tenemos los mestizos de reivindicar los derechos y la visibilización de los pueblos históricamente invisibilizados. Hay una nueva historia que escribir. García hablaba del privilegio de ser mestizo en cuanto a que, históricamente, es la población más grande y que ha detentado el poder.
Claro, a partir de ese encuentro fui consciente de que me había venido cuestionando todo el tiempo sobre si es privilegio ser mestizo. Por un lado, nos
da la posibilidad de ver hacia varios lados, dependiendo de si somos un poco indios, un poco afros, un poco más blancos. No sé si nos abre la posibilidad o nos enreda más, en todo caso, el conflicto abre la posibilidad de cambiar. Y, en ese sentido, generalmente gana lo blanco, por pensar (nos han hecho pensar) que es mejor, y toda la sociedad lo ratifica: la academia, los medios, la familia, la educación, etcetera. Generalmente negamos nuestra parte india, negra o mestiza. Por otro lado, es un conflicto constante: ¿qué mismo somos?, ¿qué necesitamos hacer?, ¿de dónde venimos?, ¿a quién pertenecemos?,¿hacia dónde vamos?
Y es que, como mestizos, somos una sociedad muy joven y, por eso, a veces perdida y desorientada, muchas veces en desventaja desde la identidad. Nosotros no tenemos referencias milenarias como el pueblo afro o el indio, sin embargo, somos un poco de todo eso. Somos producto del abuso, de la violación, del robo, de la represión, de la imposición. Entonces, si esa mayoría mestiza que mencionaba García aspira a ser blanca, es mal vista o menospreciada por lo blanco (o lo que esto pueda significar para cada persona: en nuestra sociedad, generalmente, más español, más rubio, más blanco, etc.).
Por otro lado, si el mestizo pretende reconocer en su identidad algo de indio o afro, también es un conflicto, un problema, pues es rechazado asimismo por diversas razones: por sus rasgos, por su color, por su pelo, por su acento, etc. (paradójicamente, son las mismas razones por las que se discrimina de manera usual lo indio y lo negro).
Pienso que, hoy por hoy, mestizos somos todos, en una interpretación más amplia de la palabra. Cada uno con particularidades, con experiencias y con vivencias distintas, unos más indios, otros más blancos, algunos más negros, pero todos, producto de una mezcla y diversidades culturales ricas y maravillosas.
Es entendible el rechazo histórico de las comunidades india y afro hacia lo blanco y lo mestizo, que han representado el poder y el maltrato, el discrimen. Sin embargo, ahora pasa lo mismo desde el otro lado, y esto no ayuda en la construcción de una realidad diferente a futuro. El arte y la música abren la posibilidad de diálogo, son un lugar de encuentro y abren los pensamientos, abren los corazones, y nos vemos iguales en la belleza y en la alegría.
En ese camino he tenido la oportunidad de vivir y tener experiencias importantes con ambos pueblos, indígena y afro, y tengo la convicción de que mi trabajo diario, mi encargo, como dice el maestro Juan, es facilitar este proceso de reivindicación desde mi actividad, la música. Sí, la música que, aunque se ve como algo intrascendente en la sociedad, nos ha permitido abrir corazones, que los participantes-talleristas, por ejemplo, no sólo la conozcan, sino que sepan de dónde viene, qué significa, quién y por qué la canta. La música les ha permitido ponerse en los zapatos del otro y, de a poco, empezar a amar lo que tocan, amar lo que son, aunque sea una parte de lo que son, y a saber un poco más de sí mismos.
Desde muy temprana edad estuve en contacto con la música, por mi familia, sobre todo con la música latinoamericana y la ecuatoriana. Estuve también desde muy temprana edad vinculado a grupos de música tradicional y folclor, sobre todo junto a mi madre tuve la suerte de haber recorrido muchos lugares, muchos escenarios.
En el colegio y con los amigos, llegó el rock y, por medio de éste, mucha música maravillosa, pero nunca dejé de practicar la demás música. Para mí, nunca fue un problema. Luego llegué a formar parte de una importante banda de rock del país: Metamorfosis. Me causa gracia ahora, pero en aquel tiempo mucha gente del medio rockero se preguntaba cómo alguien que hace folclor o música tradicional podía hacer rock. Era absurdo para ellos. El rock, para mí, era consecuente con la realidad de la calle, me identificaba por lo que veía día a día.
La música siguió creciendo: 18 años dedicados a hacer rock, y muchos más a la música popular, de la mano de muchos proyectos de fusión y búsqueda, como Cruz del Sur, Magros, Myusic Mama, Suena Marimba y Bocapelo. Actualmente, La Tunda y varios proyectos comunitarios, producciones musicales y discográficas me han llevado a ejercer la docencia universitaria y a ver un poco de lo que pasaba hace por lo menos 20 años: la ausencia de
nuestra música, de nuestras realidades en la academia.
De esa inquietud, y gracias a la apertura de la Escuela de Música de la Universidad de Las Américas, surgió como locura la posibilidad de desarrollar este trabajo. Hoy, me vuelvo a reír, ya que hay gente que me ve y me dice: «¡Pero si vos eres rockero! ¡Qué haces metido haciendo música ecuatoriana, folclor, marimba!».
A Kevin lo conocí en mayo de 2008, en el Segundo Encuentro de Artes para Niños y Niñas Quito Chiquito. Yo participaba con mis composiciones por invitación de los organizadores del evento, y la Fundación Ochún participaba también. Se abrió la posibilidad de que algunos de sus músicos me acompañaran, ya que yo había compuesto un bambuco para una obra infantil.En ese grupo de acompañamiento estaban Kevin Santos, Daniel Espinoza y David Valencia. Fue una buena experiencia y, sobre todo, me gusto la apertura que los chicos tuvieron a mi música y el entusiasmo de Kevin.
Más adelante nos encontraríamos en Suena Marimba. Esta etapa consolidó un proceso creativo y de interculturalidad que nos enriqueció mutuamente y que nos planteó una serie de retos musicales y de diálogo. Lo primero, la necesidad de introducirnos en la tradición en el caso de unos y, por otro lado, el desarrollo de otras perspectivas musicales en el caso de otros. Hubo una etapa para compartir conocimientos haciendo talleres y, por supuesto, tocando y experimentando. Esto se convirtió en arreglos de música tradicional afroecuatoriana con un tinte más actual y renovado. Luego, la necesidad fue sobre componer algo nuevo. Ahí surgieron nuevas inquietudes: ¿de qué hablar en las composiciones?, ¿desde qué perspectiva?, ¿quién habla en las composiciones?
En ese proceso nacieron muchas ideas que ahora se están plasmando. Largas charlas de horas y horas con Kevin alrededor de la importancia de sistematizar el aprendizaje para poder transformar y hacer nuevos arreglos en nuestra música, como proponer nuevas composiciones. La importancia de hacer que este aprendizaje sea un proceso a largo plazo. La grabación del primer disco de Kevin. Crear insumos para el aprendizaje y acercamiento a la cultura afro, el racismo, la importancia de abrir diálogos interculturales, etcetera. En fin, ha habido mucho diálogo, y esto nos ha dado la posibilidad de soñar en proyectos inexistentes e irrealizables hasta ese momento.
Hoy, todo converge en nuestro trabajo, en los talleres de la UDLA, en el aprendizaje de los marimbos y la aplicación y la consolidación con La Tunda y en la importancia para el proceso de esta publicación. Es un camino maravilloso que les invitamos a recorrer.